

A veces tenemos la suerte de que la vida nos imponga desafíos que no podemos eludir, y gracias a ello logramos crecer interiormente. Otras, necesitamos salir por nuestra propia cuenta a buscarlos, y así es como arranca esta historia.

Isla de Tierra del Fuego hasta el Fin del Mundo
April 05, 2019
Llego al estrecho de Magallanes a eso de las 7 de la tarde. Ya habÃa autos haciendo fila para subir al barco. Tomo el barco rojo, no me cobraron nada, y desembarco en la isla de Tierra del Fuego, en BahÃa Azul. Allà habÃa un refugio de viajeros, básicamente espacio para colocar la carpa y un sector calefaccionado para usar durante el dÃa, con baños y duchas. Me quedo 2 noches allà para recuperar energÃas.
Soplaba viento fuerte, frío y húmedo. A la mañana temprano sorprendió una dirección Norte-Sur, que hubiera sido perfecta para pedalear, pero mi cuerpo me pedía tomarme ese día de descanso. Hacía frío, y la previsión decía que iba a haber viento de más de 50km/hora los próximos 2 días, de Oeste a Este mayoritariamente.


Salgo al día siguiente en dirección Sur, cerca de las 10am. El viento ya había arrancado, cruzado, no muy fuerte, aunque fue aumentando. En 3 horas hago los 45km que me distaban de Cerro Sombrero. Paro a almorzar.
Cerca de las 3 de la tarde continúo viaje. Tenía 8km hacia el Este (con viento en contra), luego 70 con viento cruzado y por último 60km que serían con viento a favor, pero no esperaba hacerlo todo en el día.
Iban 40 minutos y apenas había podido hacer 3km. El viento no me dejaba avanzar. Me subía, pedaleaba unos minutos y ya me tenía que bajar, con riesgo a caerme. Giraba levemente el manubrio y entonces pegaba una ráfaga que lo hacía girar aún más. Me bajaba y caminaba. Pensaba si debía volverme. Y luego lo volvía a intentar.
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Pasa una camioneta llevando a 2 mochileros en la caja. Me saludan. Los saludo. Sigo.
Luego de unos minutos la camioneta vuelve y se frena delante mío. El mensaje era claro: me veían peleando contra el viento y querían ayudarme. Acepté y dejé que me llevaran un tramo.
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Llegando al desvío que giraba hacia el Este pido bajarme y allí continúo los 60km que me quedaban con viento a favor. Tranquila, a 25km/hora casi sin pedalear llegué a la frontera de San Sebastian cerca de las 6:30 de la tarde.
Allí, en el refugio de viajeros de la frontera argentina, me reencontré con unas ciclistas irlandesas y otros ingleses que había cruzado en distintas partes de la carretera austral.
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Con ellos seguimos viaje al día siguiente hasta Río Grande, a ritmo y con viento a favor.


Paré en la casa de Nancy, miembra de couchsurfing. Hubiera querido descansar un día allí, pero el pronóstico indicaba que el día siguiente era el único sin viento. Luego, y por una semana, todos los días tendría viento fuerte cruzado, por lo que partí al día siguiente hacia Tolhuin.
El tiempo cumplió: sin viento, eso sí, con frío y algo de lluvia. En el camino nos fuimos cruzando de a ratos con los otros ciclistas. Me pasaban, luego los pasaba yo, y luego me volvían a pasar. Cada cual a su ritmo.
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Una leve cuesta me costó, no porque fuera difícil sino porque me estaba acostumbrando al llano, y porque traía cansancio acumulado.
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20km antes de llegar, para una camioneta delante mío. Freno. Era una pareja de amigos con los que compartimos algunos días en Villa O'Higgins, habían parado a saludarme. Les dije que vayan a la panadería de Tolhuin, que yo iba para ahí.
En palabras del personal de información turística, Tolhuin tiene 2 atractivos: el lago y la panadería. Se trata de una panadería muy grande con opciones también de comidas y muchas mesas para sentarse, abierta las 24hs y con obras de interés cultural.


Pero además, la panadería funciona como albergue gratuito para ciclistas. Así que allí paré a descansar un día completo, es decir, 2 noches.
Restaban 100km para llegar a Ushuaia. Sabía que iba a tener el viento en contra, por lo que puse mi primer objetivo en Lago Escondido, a mitad de camino, para llegar al día siguiente a Ushuaia.
Pensaba acampar al lado del lago, como sugerían otros ciclistas, aunque sabía que para ello me tenía que desviar algunos kilómetros en bajada, cosa que a esta altura no tenía muchas ganas.
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Llego al pueblo y veo un kiosco con restaurante. Decidí ir a preguntar, casi sin sentido alguno, si vendían algo de mermelada.
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Me atiende una señora muy amable, y me dice que no tiene un frasco entero pero si quiero me puede compartir un poco, por lo que voy a buscar mi frasco plástico.
Luego me pregunta dónde iba a parar, y cuando le dije del lago me contestó que me iba a desviar mucho, y que para volver era todo subida.
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Luego de conversar unos minutos, pregunto si, en todo caso, puedo acampar ahí al lado. Pero fue entonces que me ofreció una casa que ella tenía al fondo y que no iba a utilizar esa noche. Por lo que terminé disfrutando de una casa calefaccionada, con ducha caliente, cocina y somier, antes de emprender mi último tramo de pedaleo.


Al día siguiente decidí arrancar a pedalear temprano, a las 6 de la mañana, con el fin de evitar lo máximo posible el viento, que como ya sabía iba a ser en contra.
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El sol salía a las 8, por lo que arranqué a pedalear de noche. No tenía luces pero sí reflectivos, y ante cualquier ruido de auto que viniera frenaba y me corría al costado.
Llegué al mirador del Paso Garibaldi cerca de las 9am con algo de nieve. Me abrigué aún más, me puse los guantes de sky para la bajada y me largué sin casi pedalear.
A las 10am ya había bajado y estaba pedaleando nuevamente, pero la nieve era ahora llovizna y el frío me dificultaba continuar. Veo a la izquierda una cafetería aparentemente cerrada. Justo sale un hombre de ahí. Le pregunto si está abierto, que necesito parar un rato en un lugar cerrado y me contesta que justo está abriendo.

Me quedé algo más de una hora, tomando te, comiendo algo y conversando con el dueño del lugar. Estaba por arrancar y se larga a llover aún más fuerte. Espero otro rato. Ni bien para me vuelvo a abrigar y sigo viaje. Faltaban 30km para llegar.


Así continué el tramo que me faltaba, ya recuperada un poco del frío, pudiendo entrar mejor en calor pedaleando y sin grandes complicaciones. El paisaje volvía a mostrarme la cordillera, a la que me volvía a acercar llegando a Ushuaia. Y así, sin pensarlo mucho, sin saber cuánto exactamente faltaba, me vi llegando al destino final de este viaje. Con lluvia, con viento y con frío, pero con una alegría gigante de saber que lo había logrado.


