

A veces tenemos la suerte de que la vida nos imponga desafíos que no podemos eludir, y gracias a ello logramos crecer interiormente. Otras, necesitamos salir por nuestra propia cuenta a buscarlos, y así es como arranca esta historia.
El Abra del Acay
May 10, 2018
Sin lugar a dudas, este episodio merece un lugar aparte. Inolvidable. Lleno de aventura, complicaciones, pérdidas y momentos y paisajes increÃbles. Cumplido al fin y habiendo valido la pena.
La planificación fue correcta. El primer dÃa tendrÃa casi el doble de la distancia en subida recorrida, el segundo el doble de pendiente. 28km con +400mts y 17km con +850mts. Acampé antes de las 16hs (hora perfecta) al lado de la vega de un rÃo. El lugar era espectacular, aunque con mucho viento y fresco.
Armé la carpa en el ripio, tomé una merienda y una siesta para recuperar. Luego aparecieron algunos percances: perdí un guante de los de ciclismo (no sé en dónde), accidentalmente partí los anteojos de sol, que debí pegarlos caseramente con cinta aisladora para la bajada, y quemé accidentalmente el calentador al intentar cocinar debido al viento que había y una mala adaptación del mismo. Si bien me había costado encenderlo, una vez prendido el fuego la llama flameaba para todos lados. Supuse que el calentador estaba fabricado con materiales resistentes al fuego, pero me equivoqué. A los pocos minutos el fuego se apaga y advierto que el calentador se había quemado, es decir que no iba a poder cocinarme.

Algo agotada y con frío, dejé la cacerola con los fideos crudos afuera y me metí dentro de la carpa. Preparé un caldo con avena con algo de agua que había podido calentar y me comí una lata de atún con galletitas de agua.
Ni la bolsa de dormir técnica que tenía, ni la sábana interna que aumentaba unos grados la T°, ni toda la ropa dentro incluso alcanzaron para que no tuviera frío en toda la noche. Si en San Antonio de los Cobres estaba llegando la T° a -6°C, entonces allí estaría en -8 o -10. Estábamos en Mayo.
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Me levanté en uno de los tantos despertares, llegadas las 7am. Desayuné con el agua tibia que me quedaba en el termo de la noche anterior. El agua de la vega con la que pensaba lavarme la cara estaba completamente congelada. Desarmé todo, cargué la bici y a las 9am comencé el pedaleo según lo planeado hacia el Abra del Acay. Una dura subida, parte pedaleando, parte caminando. Tomé el primer atajo. Error. Aumentar la pendiente no sumaba en nada, mejor era aumentar la distancia.
Almorcé unas galletitas con queso, tomando un descanso de 13 a 14hs, ya con 12,5km recorridos. Utilicé una botella de 1/2 litro de agua que me quedaba guardada con un sobre de glucosa y otro de sales de hidratación y bebí eso durante el almuerzo.

Tras un duro pero no desprevenido esfuerzo, llegué al abra antes de las 16hs. El viento era atroz, no se podía estar ni si quiera para tomar unos mates, era sacar la foto y seguir. Y así emprendí la bajada, con viento, pero ya casi sin pedalear, sólo manejar frenando.

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Al poco tiempo crucé a 2 ciclistas que venían subiendo desde el otro lado, un australiano y un español. El viento y el frío todavía no me permitían demorarme mucho. Los saludé, intercambié unos minutos de conversación y continué. Aún tenía 48km que recorrer hasta La Poma, bajando claro.

Un camino impresionante marcaba el fin de la puna y el comienzo de los valles calchaquíes. Lleno de colores que se fueron tornando mayoritariamente de rojizo, y con un incremento del verde de la vegetación. El ripio se fue haciendo levemente más húmedo y en la bajada encontré varios pequeños ríos que se iban formando con aguas de deshielo.


A unos 20km del Acay me topo con el primer cruce grande de río. Un motoquero suizo que se encontraba del otro lado me ayudó a cruzar la bici. Yo, tratando de no mojar las zapatillas termino por tropezar, mojando así la ropa, las manos con guantes de abrigo y también las zapatillas. Al reincorporarme opto por descansar un poco, conversar y tomar un capuchino que gentilmente me preparó Charly (el motoquero).
Así continúo el camino, lleno de hermosas subidas y bajadas, con tendencia abajo. Tal y como me anticipó Charly, me quedaban 4 cruces más similares del río, por lo que los atravesé ya sin preocuparme mojando nuevamente las zapatillas, continuando con los pies helados, que poco a poco se fueron aclimatando.

Faltaban unos 15km cuando empezó a bajar el sol, a eso de las 18:30hs. Pasé de largo las entradas por 2 caminos de tierra, el que entraba por el Pueblo Viejo y uno previo. Seguí adelante, ya era casi de noche y no quería meterme por lugares extraños, por lo que preferí seguir por la ruta hasta el ingreso directo al pueblo de La Poma. La señalización era escasa, pero me guié con el GPS del teléfono para cerciorarme de que era la entrada correcta. Así avancé por otro angosto camino de tierra que iba en bajada, más de lo que se veían las luces del pueblo a 2,5km. Era extraño, pero me confié del GPS que indicaba que iba bien.
Proseguí en la bajada hasta toparme con el cruce del río. Era ancho por lo que me asustó un poco, y del otro lado se podía advertir que el camino seguía por un buen tramo con restos de piedra y agua. A mi izquierda se abría otro camino pero no veía a dónde llegaba. Estaba cansada, el clima era levemente fresco, era de noche y lo único que quería era llegar, bañarme, comer e irme a dormir. Saqué la linterna de frente, me la coloqué y la encendí.
El primer error ya lo había cometido: estaba pedaleando de noche, cosa que no es para nada aconsejable. El segundo fue el peor: no medir la profundidad del río.
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Decidí cruzar el río. Me mandé de una, con seguridad y sin miedo, del mismo modo en que crucé todos los ríos anteriores. Di los primeros pasos y el agua me llegó a la rodilla. Seguí sin pensarlo, asumiendo que ese era el máximo. Un paso más y el agua me llegó a la cintura. "Es sólo atravesarlo y seguir" pensé. Al instante sentí la corriente, me costaba mantener mi posición. Un instante más, la bici me tiraba hacia la corriente.

Mil pensamientos en un segundo. Retener la bici, aguantarla. Me costaba, se me iba, me llevaba. No era sólo la bici, era la bici con las alforjas y todas mis pertenencias. Unos 50kg, y sí, todo lo que llevaba, todo mi equipo, todo lo que había preparado y me permitía estar haciendo este viaje. Todo, pesaba y estaba siendo arrastrado por la corriente del río.
Mantenerme firme, sostener, aguantar. Estaba empapada (y yo que no me quería mojar). Pedir ayuda, necesitaba ayuda, como fuera. El pueblo! estaba a más de 1km de distancia. No veía a nadie, a nadie. Aunque gritara nadie me oiría, y si me oyera lejanamente cuando llegara sería demasiado tarde. Era completamente de noche, el escenario de luces estaba compuesto por aquellas del pueblo, lejos, la luna y las estrellas, más lejos, y mi linterna de frente.

Estaba sola, en la noche, luchando contra el río, con mi bicicleta y las alforjas cubiertas por el agua. ¡¿Cómo carajo me había permitido llegar a ese punto?! Estaba cansada y ¿acaso tendría de alguna manera la fuerza como para salir de ahí con todo?
Sentí por un momento lo fácil que se iría la bici con todo si la soltaba un momento, cómo se me escaparía todo en un instante vaya a saber a dónde. Y yo sola sin nada caminando a pedir ayuda quien sabe a quién. Sentí por un instante cómo se destruiría todo, incluyendo mi sueño. Sentí miedo, adrenalina y desesperación.
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Había pisado en una zona pantanosa que me impedía resistir y hacer fuerza. Me tenía a mí, nada más que a mí misma para enfrentar la situación. Ya no importaba empaparme, ya no importaba que se mojara todo, ya no importaba nada excepto salir de ahí con mis cosas.
Me reincorporé, busqué piso firme y un poco más alto. Me metí más en el agua con el fin de alinear mi postura. Incliné levemente la bici hacia mí y me posicioné de modo de sostenerla con todo mi cuerpo. Aguanté un instante. Tomé fuerza y con todo lo que tenía de mí di otro paso cargando con todo, enfrentando la fuerza del río que quería llevarse esos 50kg que conformaban mis pertenencias. Salí un poco del agua pero la corriente seguía. Di otro paso más con toda mi fuerza y al fin sentí que estaba levemente a salvo.
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Mi respiración era más agitada que nunca. De repente me doy vuelta y veo del otro lado una alforja flotando. Pienso en ir a buscarla pero me doy cuenta de que todavía estoy en el agua con la bici y el resto de las cosas. Priorizo, y salgo del río, hacia el mismo lado del que venía, y apoyo la bici en un lugar seguro. A continuación me dirijo a buscar la alforja que faltaba, pero advierto que se encontraba flotando en un lugar tranquilo, a salvo de la corriente, mientras que yo no daba más de la agitación que tenía. Freno, espero, descanso hasta normalizar levemente mi respiración. Ahí entonces voy, busco la alforja y vuelvo al lugar donde había dejado la bici.

Ya estaba a salvo, eso era lo importante. Pero seguía del mismo lado del río. Volví en mí, era de noche, estaba sola y no quería probar ya absolutamente ningún camino que no me fuera indicado asertivamente. Opté por volver caminando por el mismo camino por el que había venido. Camino de tierra, todo en subida, sin ver más que los pocos metros que mi linterna podía iluminar. Pienso en las alforjas, una buena manera de testear su impermeabilidad. Pienso en la mochila que cargo encima de las alforjas, esa sí no es impermeable. Mayoritariamente estaba seca, excepto por el extremo izquierdo, que fue el lado hacia el que incliné la bicicleta para sacarla del agua. Y ahí estaba precisamente el bolsillo donde guardaba el teléfono, empapado y sin funcionar.
Templanza, fe, y a seguir caminando. Llegué a la ruta y me dirijí hacia el lado del que venía, recordando que por allí había alguna casa donde preguntar. Entonces veo a lo lejos las luces de una camioneta que venía hacia mí. Sin dudarlo le hice todo tipo de señas para que parara. Gentilmente me ayudaron a cargar la bici en la parte trasera y me alcanzaron hasta La Poma, que era a donde ellos iban.
El puente para cruzar el río se encontraba por el camino que llevaba hacia la izquierda. El teléfono quedó un tiempo sin funcionar y revivió a los 2 días para dejar la evidencia de las fotos del Acay, dando por finalizada su vida al día siguiente. El paso de montaña sobre una ruta nacional más alto del mundo ya había sido atravesado.
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